8 de fevereiro de 2018 Miguel Gutiérrez-Peláez

 
Giorgio Agamben[1] (1942- ) planteaba que los lager[2] de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) introducían un nuevo modo de la barbarie que no hacía serie con la muy prolífica y creativa manera en la que los humanos vienen matándose a través de al menos 200 mil años de historia del Homo sapiens sapiens. Consideraba que esa maquinaria tecnológica y eficiente, un verdadero taylorismo, puesta al servicio del aniquilamiento de una raza, no era un paisaje reconocible y legendario, como sí lo eran las pilas de cadáveres amputados y en descomposición en incontables campos de batalla a través de los siglos. Sade[3] (1740-1814) había sugerido que siempre caminábamos sobre los huesos y la sangre derramada de nuestros antepasados. Tal vez podría ser ese el denominador común de toda ciudad y de todo asentamiento humano: nos relacionamos con otros sobre los restos de esas carnes anónimas. Pero, para Agamben, el lager era de otro orden. Le aterraba tanto la industrialización del asesinato, como la fabricación de una especie de muertos vivientes que revelaba una dimensión limítrofe entre lo humano y lo no humano. Era preciso discernir la especificidad de ese nuevo horror introducido porque solo a partir de su decantamiento era posible pasar del instante de ver al tiempo de comprender.[4]

Colombia, como país que se está enfrentando al enorme reto de construir paz luego de más de seis décadas de violencia ininterrumpida, se pregunta también si puede entender el horror que ha sufrido y ejercido apelando a las violencias conocidas o si hay un hueso singular que es su triste contribución a la barbarie de la humanidad. ¿Es esta efectivamente una otra violencia, no encadenable con la de la historia de la humanidad? Madres rogando a los victimarios de sus hijos que les digan dónde los han enterrado. Madres obligadas a escoger a uno de sus hijos para que sea asesinado. Mujeres obligadas a cocinar para hombres armados mientras decapitan a sus esposos y juegan al futbol con sus cabezas. Mujeres que asisten a hombres para que violen a otras mujeres. Niños que suman más muertos encima que años de vida. Un joven con retardo mental asesinado para y presentado por el Ejército Nacional como un cabecilla de un grupo insurgente muerto en combate. Una mujer a quien el oficial de turno le lanza un perro para que le lama la sangre de su aborto espontáneo y se coma esa carne que hasta entonces había sido el proyecto de un hijo amado. La lista sigue y sigue y sigue. Es imposible. Es insoportable. Colombia suma 1975 masacres a la fecha, algunas de ellas de varias decenas de personas.[5]

¿Quién puede escuchar estas víctimas? Los ciudadanos se compadecen de ellas, pero sienten un dolor insoportable con sus historias. Quieren que estén bien, pero que no cuenten sus espantosos relatos. “No ha sido nuestra culpa”; “Nosotros no hemos hecho eso y nunca haríamos algo así”, se dicen.

Estas historias de dolor y de barbarie tiene efectos en el psicoanálisis, que van desde el declive del nombre del padre que Jacques Lacan[6] (1901-1981) anticipaba desde los años cincuenta y que se solapa en la contemporaneidad con otros fenómenos de la época. Hay efectos de ello a nivel de la constitución subjetiva y también sobre el lazo social, e incluso sobre aspectos aún más primarios, como los diques de la pulsión (pudor, asco y vergüenza) conceptualizados por Freud. Implica también un cambio profundo en el modo como interviene el psicoanalista en el campo, por fuera de los dispositivos convencionales. No se trata solo del mismo oficio con nuevos ropajes; se trata de un psicoanalista frente a la subjetividad de su época.

 
Notas:

[1] Cf. Agamben, Giorgio. (2000) Lo que Queda de Auschwitz. El Archivo y el Testigo. Homo Sacer III. Madrid: Pretextos, 2005; Gutiérrez-Peláez, Miguel. (2012) Confusión de Lenguas. Un Retorno a Sandor Ferenczi. Buenos Aires: Eudem, 2012.
[2] “Campamento” en alemán. Posterior a la Segunda Guerra Mundial, el término se usa para referirse a los campos de concentración nazis.
[3] Cf. Agamben, Giorgio. Op. cit.
[4] Cf. Lacan, Jacques. (1945) O tempo lógico e a asserção da certeza antecipada – Um novo sofisma. In: Escritos. Tradução: Vera Ribeiro. Rio de Janeiro: Zahar, 1998, p. 197-213.
[5] Cf. http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/
[6] Cf. Lacan, Jacques. (1981) O seminario: As psicoses. Livro 3. Tradução: Aluísio Menezes. Rio de Janeiro: Zahar, 1985.

 
Imagem: Fernando Botero | Masacre en Colombia | Colômbia | 2000 | óleo sobre tela

Miguel Gutiérrez-Peláez, PhD, es director del Programa de Psicología de la Universidad del Rosario, en la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud (Bogotá, Colombia), donde dirige la revista Avances en Psicología Latinoamericana. Es miembro fundador del Centro de Estudios Psicosociales (CEPSO) y miembro del Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre Paz y Conflicto (JANUS) de la misma universidad. Psicólogo de la Pontificia Universidad Javeriana (PUJ, Bogotá, Colombia), es magíster en Psicoanálisis y doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA, Buenos Aires, Argentina). Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL), es secretario para Colombia de la Asociación Mundial de Rehabilitación Psicosocial (WAPR).