14 de junho de 2018 Miguel Gutiérrez-Peláez

 
En su artículo de 1949 titulado “El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”,[1] Jacques Lacan (1901-1981) plantea su célebre teoría sobre el estadio del espejo y sus consecuencias psicológicas. En él, el psicoanalista francés formula lo que considera un período fundamental para el desarrollo del yo y de la unidad corporal del infante en los primeros meses de su vida. La contemplación de un otro unificado, que puede ser él mismo ante el espejo o ante un otro que cumpla una función especular para él, le permiten al niño algo así como ensamblar su cuerpo imaginario, entender su cuerpo como una completud, a salvo de la descomposición y menos acechado por la amenaza de fragmentación producida por las pulsiones. En realidad, los agujeros del cuerpo y sus zonas erógenas impiden que el cuerpo se cierre como una superficie total y que se distinga con facilidad su adentro y su afuera. Es por ello que, en sus últimos seminarios, Lacan se va a interesar tanto por la topología, en la búsqueda de otras formas más complejas que pudieran permitir pensar el cuerpo humano de una manera distinta.

En la clínica con sujetos traumatizados por experiencias de guerra, específicamente por experiencias de violencia en el marco de un conflicto armado, estos planteos lacanianos parecen recobrar su importancia ya que ponen en evidencia que la consecución de un cuerpo imaginario unificado no es una conquista definitiva. En la clínica con sujetos que han padecido experiencias disruptivas de guerra que han cobrado el estatuto de traumáticas para ellos, evidenciamos que la contemplación de cuerpos fragmentados (y en fragmentación) a causa de artefactos bélicos explosivos, parece tener efectos sobre la completud imaginaria de sus propios cuerpos. En el trabajo clínico con una población de soldados, neuróticos traumatizados por experiencias concretas en el campo de batalla, encontramos toda una sintomatología (bien descrita fenomenológicamente, además, en la literatura sobre PTSD — Post-Traumatic Stress Disorder) que iba acompañada de alucinaciones principalmente auditivas y visuales (en algunos casos olfativas también), rememoraciones hipervívidas y sueños traumáticos en el que se repetían en una pura compulsión a la repetición las mismas escenas traumáticas. Encontramos en ello un aspecto particular de la clínica de las patologías de guerra que tiene que ver precisamente con la aparición de fenómenos psicóticos en pacientes neuróticos posterior a la contemplación abrupta de cuerpos fragmentados o en fragmentación. Para estos sujetos opera una especie de “estadio del espejo invertido” en la medida en que ese instante sanciona no la completud imaginaria del sujeto, sino, precisamente, su desunificación yoica. Hay una vacilación fantasmática que se produce por el retorno de aquello que Lacan conceptualizó como el “objeto a”. A diferencia de lo que sucede en la clínica de las psicosis, dicho objeto hace su irrupción no en lo real, sino en el registro imaginario.

Un joven soldado había quedado psíquicamente paralizado frente a la imagen de su compañero de patrulla dispersado sobre el campo en múltiples trozos después de haber pisado una mina antipersona. Otro, había tenido que ayudar a subir varios cuerpos y pedazos de cuerpos a un camión y luego viajar entre ellos durante varias horas por falta de espacio en la parte delantera del vehículo.[2] Se evocaba permanentemente en los relatos de las sesiones esta imagen, huella de la operación de ese estadio del espejo invertido, en donde no es la observación de ese otro más completo que yo y la presencia de la mirada del gran Otro sancionando ese encuentro como existente, sino todo lo contrario: la contemplación del propio cuerpo fragmentado. Implicaba para ellos la presencia de una imagen especular (no alucinada en ese momento, pero que retornará en alucinaciones posteriores) en la que se veían a sí mismos en el cuerpo despedazado del otro: “¡Tú eres esto!”. Hay un eco de ello en lo que poéticamente Cedric Bixler-Zavala (1974- ) llama “fragments of sobriquets” en su canción Televators,[3] pequeños fragmentos o boronas de la persona. Es un “sin límite” de un cuerpo rebosado y desbordado, la disolución de una piel imaginaria que ya no puede alojar los órganos del cuerpo.

 
Notas:

[1] Cf. Lacan, Jacques. (1949) O estádio do espelho como formador da função do eu tal como nos é revelada na experiência psicanalítica. In: Escritos. Tradução: Vera Ribeiro. Rio de Janeiro: Zahar, 1998, p. 93-103.
[2] Cf. otros ejemplos en: Gutiérrez-Peláez, Miguel. La Actualidad de la Concepción Psicoanalítica de Trauma. Desde el Jardín de Freud, n. 13, p. 293-304, 2013. Disponible en: <https://revistas.unal.edu.co/index.php/jardin/article/view/40713>.
[3] Cf. https://www.lyrics.com/lyric/6350520/Deloused+in+the+Comatorium/Televators

 
Imagem: Andres Cruzat | Da série La Persistencia de la Memoria | Chile | 2014 | fotomontagem

Miguel Gutiérrez-Peláez, PhD, es director del Programa de Psicología de la Universidad del Rosario, en la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud (Bogotá, Colombia), donde dirige la revista Avances en Psicología Latinoamericana. Es miembro fundador del Centro de Estudios Psicosociales (CEPSO) y miembro del Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre Paz y Conflicto (JANUS) de la misma universidad. Psicólogo de la Pontificia Universidad Javeriana (PUJ, Bogotá, Colombia), es magíster en Psicoanálisis y doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA, Buenos Aires, Argentina). Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL), es secretario para Colombia de la Asociación Mundial de Rehabilitación Psicosocial (WAPR).