12 de abril de 2018 Miguel Gutiérrez-Peláez

Jacques Lacan[1] (1901-1981) planteaba que un psicoanalista debía estar a la altura de la subjetividad de su época. Esto implica que su pensamiento y su práctica no son una cama de Procusto, sino que se hacen permeables a los acontecimientos de la época, manteniendo como brújula su propia ética y su formación.

En uno de nuestros trabajos de campo, nos dirigimos a hablar con un grupo de personas que hace unos días han desertado del grupo armado ilegal al que pertenecían y han pasado a acogerse a la ruta que ha previsto el Estado colombiano para iniciar su proceso de reincorporación a la vida civil y a la legalidad. Se encuentran en una casa en un pueblo a algunas horas en carro de Bogotá. Es una casa que administra el Ministerio de Defensa y su ubicación es confidencial para minimizar los riesgos en los que incurren estas personas al desmovilizarse.

Asistimos dos psicoanalistas y una psicóloga social y nos reunimos con el grupo. Son 16 personas cuyas edades oscilan entre los 25 y los 60 años. A pesar de las condiciones poco apropiadas, a medida que van hablando, se va creando un ambiente de intimidad. Hay, para los que escuchamos, una primera sorpresa: sabíamos que no constituirían un grupo homogéneo, pero presenciamos la diversidad de ese grupo humano. Encontramos pocos factores comunes entre ellos, aparte del hecho de haber pertenecido al mismo grupo guerrillero. Una joven cuenta que fue reclutada al ser menor de edad. Su hermano fue asesinado por no quererse adherir a esa guerrilla; ella decide unirse para evitar que asesinaran a su madre. Convivió con los victimarios de su hermano por 5 años, hasta que decide escapar al encontrar la manera de tomar medidas para proteger a su familia. Un hombre toma la palabra. Como conductor de lancha de una región remota del país, le habían encomendado la tarea de transportar armas y pasta de coca de una zona a otra de un caudaloso río. En uno de sus viajes se topa con sobrevuelos de la Fuerza Aérea Colombiana. Debe ocultarse dos días con su lancha bajo las ramas de un manglar. Encuentra la manera de escapar poco antes de morir de hambre y sed. La experiencia lo traumatiza, dice, y por eso se entrega. Otro hombre cuenta su historia. Su postura, su jerga y su voz encarnan todos los atributos del espíritu militar que aloja su interior. Habla de sus ideales marxistas-leninistas y su reivindicación de la revolución por la vía de la lucha armada. Habla también de su cansancio y de su deber cumplido y del momento de ocuparse de otras cosas.

Así va discurriendo el encuentro y casi todos toman la palabra. Sin darse cuenta, el grupo va descubriendo que no los juzgamos frente a lo que dicen, que nos interesa menos su lógica argumentativa, o la precisión temporal de sus relatos, o la altura o bajeza moral de sus actos y sus decisiones, que los afectos ligados a esas vivencias y a su experiencia actual de entregarse.[2] Todavía no es tiempo para indagar por su implicación subjetiva en cada una de ellas.

Luego de ese encuentro, una mujer se acerca y pide que la escuche. Encontramos un espacio apropiado. Habla desordenadamente, sin saber lo que dice. Llora, balbucea, se silencia, luego retoma la palabra apresuradamente. Es el inicio de un trabajo. A ese encuentro le seguirán otros, espaciados en el tiempo, pero sostenidos por una transferencia urgente. Meses después podrá decir, evocando ese primer encuentro, que no recuerda lo que dijo o las palabras que pronunció el analista; recuerda, sin embargo, haberse sentido acogida y sostenida por su voz y por el silencio que hacían existir, por lo menos, una circulación posible de los pensamientos.

Guy Briole[3] afirma que “el psicoanalista está concernido por estas demandas de ser escuchado. No debe sustraerse a ello. El psicoanalista hace lo que hace siempre: propone escuchar la singularidad de los efectos para cada uno del momento social, político, económico, al cual se ve confrontado. El psicoanalista no consuela, no promete mejores tiempos”. Es lo que se pone en acto el psicoanalista con su cuerpo en el campo.

Notas:

[1] Cf. Lacan, Jacques. (1953) Função e campo da fala e da linguagem em psicanálise. In: Escritos. Tradução: Vera Ribeiro. Rio de Janeiro: Zahar, 1998, p. 237-324.
[2] Cf. Gutiérrez-Peláez, Miguel. Contributions of Psychoanalysis for Psychosocial Interventions in Armed Conflict Scenarios. Peace and Conflict: Journal of Peace Psychology, American Psychological Association, Advanced Online Publication, 22 jun. 2017. Disponible en: <http://psycnet.apa.org/doiLanding?doi=10.1037%2Fpac0000284>.
[3] Cf. Briole, Guy. El Trauma de un Pueblo. ¿Qué Paz después de la Guerra? Avances en Psicología Latinoamericana, Bogotá, v. 36, n. 1, p. 1-10, 2018.

Imagem: Cultura no Divã | Sem título | São Paulo | 2018 | fotoedição

Miguel Gutiérrez-Peláez, PhD, es director del Programa de Psicología de la Universidad del Rosario, en la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud (Bogotá, Colombia), donde dirige la revista Avances en Psicología Latinoamericana. Es miembro fundador del Centro de Estudios Psicosociales (CEPSO) y miembro del Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre Paz y Conflicto (JANUS) de la misma universidad. Psicólogo de la Pontificia Universidad Javeriana (PUJ, Bogotá, Colombia), es magíster en Psicoanálisis y doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA, Buenos Aires, Argentina). Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL), es secretario para Colombia de la Asociación Mundial de Rehabilitación Psicosocial (WAPR).