8 de março de 2018 Miguel Gutiérrez-Peláez

 
Walter Benjamin (1892-1940) establece una forma muy particular de relacionarse con el pasado, no lo mira con aire de anticuario, como si estuviera observando reliquias en un museo; por el contrario, considera que cada mirada hacia un evento pasado necesariamente implica una nueva consideración que resignifica ese evento. Hay una transformación permanente del pasado al reflexionar sobre el presente y, a la vez, cada situación actual es transformada por esos acontecimientos evocados. Eso explica por qué Benjamin se interesó tanto en los sueños no realizados de la humanidad, en sus juguetes, en la infancia y en las fantasías infantiles como un lugar privilegiado de lo arcaico, lo incontaminado y lo múltiple.

Esto es de gran relevancia para comprender aquello sobre lo que venimos reflexionando sobre el trauma y la memoria, ya que permite comprender que hay una dimensión de la experiencia que no está disponible para las palabras, pero que mantiene su lugar en un más allá del registro simbólico desde el cual insiste. El trauma empuja a un más allá del lenguaje y por ello uno de sus efectos comunes es la pérdida de la palabra o a la producción incesante de palabras, acompañado de la sensación de que ninguna de ellas alcanza la experiencia traumática misma. Eso explica la profunda soledad del sujeto traumatizado, el destierro en el que lo ha dejado esa vivencia. En el trauma de la guerra, por ejemplo, debido a la naturaleza radical y única de esa experiencia, las personas con frecuencia se enmudecen.

Benjamin lo notó en los soldados que regresaban de las trincheras, para quienes el lenguaje se había derrumbado: “Con la [Primera] Guerra Mundial [1914-1918] comenzó a hacerse evidente un proceso que no se ha detenido desde entonces. ¿No se notó al final de la guerra que los hombres regresaron del campo de batalla en silencio, no más ricos, pero más pobres en la experiencia comunicable? Lo que diez años después se derramó en la avalancha de libros de guerra fue todo menos una experiencia que va de boca en boca”.[1]

Lo que puso de manifiesto la mudez que caracterizaba a los soldados que regresaban de las trincheras era la imposibilidad de tratar simbólicamente las experiencias sufridas. En una dimensión incomunicable se refugió la experiencia. La gran producción literaria desencadenada por los horrores de la guerra no era la transcripción de lo que las víctimas narraban, sino más bien un intento cultural y artístico, de inscribir una huella de esa imposibilidad contra la cual se atropelló la palabra.

Esto, sin embargo, no nos deja en un callejón sin salida, sino que, más bien, nos acerca a la comprensión de cómo se configura la experiencia en el lenguaje. No es la ausencia de palabras lo que opera como el núcleo del trauma, sino que es en esa dimensión de lo impronunciable que se irriga el valor de la experiencia misma. El trauma, en cualquier caso, imprime ese matiz único de toda experiencia y se adentra en esa zona muda de la cual podemos extraer una dimensión de verdad para un sujeto.  Esto tiene su más profundo valor para nuestro trabajo como psicoanalistas en el campo porque, como afirma Forster (1957- ): “sin el esfuerzo de la rememoración, sin volver a escuchar las narraciones olvidadas, sin auscultar lo no pronunciable del lenguaje, el destino cierto es la barbarie. Probablemente se siga realizando y sigamos perdiendo la oportunidad de recordar aquello que olvidamos. Pero, dice Benjamin, como la historia no es sólo y puramente una acumulación necesaria, homogénea y lineal de acontecimientos que nos llevan hacia el futuro, sino que la historia es sorpresa, inquietud, estado de catástrofe, estado de excepción, tal vez sin garantías, ese sujeto desarmado, perdido de sí mismo, expropiado, fragmentado, pueda encontrar en el otro – como diría mucho después [Emmanuel] Lévinas (1906-1995) – una oportunidad”.[2]

 
Notas:

[1] Benjamin, Walter. (1936) El Narrador. Iluminaciones IV. Para una Crítica de la Violencia y Otros Ensayos. Madrid: Taurus, 1999, p. 336.
[2] Forster, Ricardo. El Tema del Sujeto en la Filosofía Contemporánea: El Otro, lo Otro, los Otros en Benjamín, Lévinas y Blanchot. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (UBA)/Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), 2006. Seminario de doctorado.

 
Imagem: Andres Cruzat | Da série La Persistencia de la Memoria | Chile | 2014 | fotomontagem

Miguel Gutiérrez-Peláez, PhD, es director del Programa de Psicología de la Universidad del Rosario, en la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud (Bogotá, Colombia), donde dirige la revista Avances en Psicología Latinoamericana. Es miembro fundador del Centro de Estudios Psicosociales (CEPSO) y miembro del Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre Paz y Conflicto (JANUS) de la misma universidad. Psicólogo de la Pontificia Universidad Javeriana (PUJ, Bogotá, Colombia), es magíster en Psicoanálisis y doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA, Buenos Aires, Argentina). Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL), es secretario para Colombia de la Asociación Mundial de Rehabilitación Psicosocial (WAPR).